viernes, 4 de noviembre de 2011

Una jaula de grillos


Cuando vienes de un sitio como del que vengo yo, sabes mejor que nadie que hay demasiadas cosas que no podemos elegir. Ahora bien, ¿dicen algo de nosotros estas cosas? ¿Te puede definir algo que no has elegido? Desgraciadamente en la mayoría de los casos, más de lo que nos gustaría.
No hay una forma de verlo más clara, que unos días en familia. Pero no unos días con esa familia en la que creciste, con la que comiste día a día. Hablo de esa familia que nunca ves, con la que compartes poco o casi nada, más allá del apellido y un pasado común. Esa familia de la que apenas recuerdas nombres y fracasos por más que ellos intenten que sean sus éxitos los que prevalezcan. Una visita de estas puede ser muy reconfortante.



Bien descansado y armado de fuerzas te preparas para pasar dos días viendo fotos de Orlas, de bebes y matrimonios felices. Oyendo una y otra vez curriculums vitae que estás lejos de alcanzar. Están en su campo, se sienten seguros, no vas a intentar ganar, al menos no aquí. Lo saben y sonríen.
Sin embargo, puede que lo que te encuentres no sea exactamente así. Resulta que das con un ecosistema de desbordante amabilidad, donde las sombras no están ni tan escondidas, ni tan protegidas como creías. Todo un reparto de personajes cuyas imperfecciones casi se podían ver desde el tren, se pasean antes mis ojos en el transcurrir de las horas. Está quien nos enseña su maravillosa casa fruto del éxito, vacia eso si, como su vida. Difícil de mantener claro está, igual que la gente a su lado. Está quien vacila de hijos brillantes que en poco se parecen a ti, pero a los que evidentemente casi no ve y solo puede recordar como trofeos del duro trabajo de años. Y luego están los humildes que no tienen miedo de aparentar quienes son, aunque difícilmente disimulan que la mediocridad en ocasiones los atormenta.
Pero ojo, no voy a ser yo quien los juzge, para eso está la familia, ¿no?